martes, septiembre 26, 2006

Sin perros no hay paraíso. Una crónica desde la cotidianidad



Carlos Ricardo Escobar MD.


En algún capítulo de Discovery Chanel se resumía una investigación de un grupo británico, diciendo que en su opinión el hombre existe sobre la tierra porque los perros lo domesticaron y no al contrario y que además, ese cuadrúpedo fue responsable de algunos de los importantes pasos de la génesis del lenguaje y de la comunicación humanos.
También en uno de sus textos, Nicolás Guillén el escritor cubano, hablaba de los perros “satos” un equivalente a nuestro común apelativo de “gozque”. Dice que una de las cualidades de los perros satos, es su capacidad para relacionarse con el humano y de interactuar y solucionar los problemas que aparecen en su medio: las ciudades y los arrabales. Pero hablaba del gozque, del perro sin abolengos o de aquel que los perdió como producto de su vida callejera. Del perro capaz de sobrevivir en medio del tráfico de la urbe, entendiendo hasta las incomprensibles señales de giro que hace una señora bogotana, cuando discurre en el lento retorno vehicular de Unicentro.


Esos seres omnipresentes, lo son por supuesto en la cotidianidad de nuestra Universidad: se pavonean sin recato por los corredores, duermen literalmente a pierna suelta al lado de las porterías acompañando a los vigilantes. Son notorios esos canes anónimos, casi siempre rebautizados por los vigilantes de turno: “Sombra”, “Viejo”, “Colicorto”, “Rengo”, “Sarca” y otros nombres relacionados más con cualidades o defectos físicos, que con los ampulosos nombres de los perros estrato 6, vecinos de la Universidad y que a veces la visitan, pero en calidad de pacientes de la Clínica Veterinaria o de lucidos acompañantes de sus orgullosos amos.




En ocasiones aparecen perros un poco diferentes: algunos días estuvieron recorriendo el campus, dos perros ovejeros de estampa imponente. Luego sólo aparecía uno y después ninguno. Nadie dio razón de su dueño o de su fin…

Esos perros se han convertido en integrantes de la comunidad académica; algunos por impulsos inexplicables se lanzan en la compañía de algún estudiante que apresurado se dirige a una clase: lo acompaña y luego regresa a su sitio más común, una de las porterías. Allí, de acuerdo con la jerarquía perruna, que se establece en orden primero según la edad, luego según el tamaño, después según el tiempo de posesión del rincón de la pared, según el sexo, según las cicatrices….



Las reyertas son comunes con el sobresalto de las almas nobles que tratan de apaciguar a los pendencieros, sin entender que la diferenciación de clases en la manada, se hace con esas demostraciones de bravura. Al final, una cola agachada y un cuello ofrecido a los dientes casi siempre gastados del campeón, determinan el reconocimiento de quién manda.

Todos los días, una anciana señora llega promediando la mañana, portadora de un gran bolso lleno de pan desmenuzado. Sus comensales la olfatean desde lejos y la rodean afanosos, mientras arrebatan de sus manos los trozos de pan duro. Con eso complementan el “rebusque” y las sobras que les ponen en recipientes habilitados por los vigilantes.
Algunos de esos gozques han sido lesionados por carros, otros como “Sombra” una perrita azabache, recibieron heridas producto de la intolerancia de desadaptados y otros finalmente han muerto por heridas, por resultados de riñas o simplemente por la muerte natural que es razonable para sellar un largo camino perruno.

Es probable que algunos al morir hayan pasado a contribuir con sus escuálidos cuerpos, a complementar lo que la “Anatomía de los animales domésticos” de Sisson y Grossman enseña a los estudiantes de Veterinaria.

En el paraíso de los perros, el propietario de esa Anatomía en “muerto y en directo”, mientras roe un inmenso hueso artificial y perritas de varias razas bailan como huríes, pensará que él también estuvo en la Universidad.

lunes, septiembre 25, 2006

REFLEXIONES SOBRE NOMINACIÓN DE ROTOS


Jorge Eduardo Duque Parra

B. Sc (Biología y Química)
M. Sc (Morfología)
Ph. D (Neurociencia y Biología del Comportamiento)


A los rotos solemos llamarles agujeros en el lenguaje corriente, o idioma del pueblo, pero, la refinación del lenguaje no se por que razones, ha llevado a que se les denomine técnicamente forámenes en las ciencias de la salud. Estas dos palabras se tornan sinónimas estrictas (creo yo). Un roto debe tener necesariamente una salida por donde entre algo y por donde salga algo (a veces no, como por ejemplo gran parte del foramen lacerado o rasgado anterior, que está fuertemente obliterado o sellado por fibrocartílago).

Cuanto debe tener un roto para que sea llamado así y no se denomine conducto (con labios cerrados- pues el hiato es a manera de arco y los labios no se fusionan), un amstrong, un nanómetro, una micra, un milímetro, un centímetro, un decímetro?. Ah¡ en anatomía macroscópica, pues debe tener al menos algo como un milímetro o un valor cercano próximo por lo bajo que coincida con el poder resolutivo del ojo humano (sino no se vería), es decir, debe tener algo menos de un milímetro.

Más, note si visualiza un roto en el cráneo, por ejemplo el foramen yugular o rasgado posterior (por el que cursa la vena yugular interna continuada desde el seno sigmoideo y los nervios craneales glosofaríngeo, vago y accesorio) que no se puede establecer este valor, pues podríamos decir que es un conducto en cierta parte, pero no se dice hasta donde el foramen y cual formen: el endocraneal o el exocraneal?.

Como fuere, un roto debe tener salida, sino, para que le pusieron ese nombre?. Podrán estar de acuerdo con mi análisis, pero fíjese estas perlas anatómicas: el agujero ciego de la lengua, el foramen ciego del etmoides, el foramen ciego de la parte superior del bulbo raquídeo?. Cuál será la función asignada asociada?. Pues, creo que este es de tantos nombres anatómicos uno bien tonto. Si el foramen es ciego, entonces para que ciego. Pues simplemente pongámosle no agujero y ya, es más nominémoslo depresión puntual o mejor no le llamemos nada.

Así como esto, en anatomía macroscópica hay un montón de nombres que deberían reconceptualizarse y renominarse, para que concuerden más con al menos el sentido común y no nos confundan. Y si es así con los que ejercemos como docentes universitarios, cuantas zancadillas no pondrán estos nombres a los estudiantes de anatomía.


He extraído de esto, que los que no comprendo o me parece irracional en la enseñanza de algo racional, es mejor desecharlo y no envolatar al estudiante.